Durante las rutas que realizamos en Toledo sobre Magia, Leyendas e Inquisición, siempre nos gusta incluir una parada que tenga que ver con las emparedadas o muradas en las ciudades medievales.

¿Qué era eso de emparedarte?

Era, obviamente, meterte entre cuatro paredes con unas condiciones durísimas durante un tiempo determinado. Pero no os confundáis. Esto nada tiene que ver con una celda de una cárcel moderna con cama, un retrete y ciertas comodidades. Era, en muchos casos, una experiencia extrema de sufrimiento en un espacio minúsculo donde apenas veías la luz del sol, apenas comías o dormías. Por otra parte, las condiciones higiénicas brillaban por su ausencia, causando enfermedades y problemas físicos permanentes en la persona emparedada.

Pero…¿Por qué se emparedaba la gente?

Es la pregunta del millón. La gran mayoría de las veces estamos hablando de casos de misticismo religioso.  Es decir, la gente se emparedaba voluntariamente. Esto es importante, ya que esa persona  pensaba que la mejor manera de unir tu alma a Dios era por medio de la pobreza extrema y el sufrimiento corporal. Y qué mejor sufrimiento corporal que emparedarte durante un tiempo determinado sin ver la luz del sol y sin comodidades. Otras veces, las que menos, era  a modo de castigo.

¿Era tan duro estar emparedada?

Había distintos tipos de dureza de esa clausura dependiendo del contexto y el lugar, pero en los casos más extremos, durante ese periodo, esa persona se alimentaba exclusivamente de pan y agua. Emparedarte suponía estar recluido en un espacio minúsculo, suficiente para que cupiese una persona tirada en el suelo, un poco de paja para poder dormir y unas condiciones higiénicas/sanitarias horribles que dejaban tu cuerpo en un estado de ruina total. A veces la única conexión con el mundo exterior era un ventanuco que daba al interior del propio edificio donde estaba construido y en otras ocasiones contaba con otra abertura que daba directamente a la calle.

¿Quiénes eran estas emparedadas?

Hay que decir que la gran mayoría de las personas que se emparedaban en la edad media eran mujeres y por voluntad propia. Provenían de todos los estratos sociales, podían ser religiosas o laicas pero sobre todo abundaban los casos de mujeres de familias acomodadas pero sin formar parte de una  orden religiosa concreta (no eran dominicas, clarisas, etc). Como digo no siempre estaba ligado a la Iglesia, no lo controlaba del todo. El mantenimiento de esa pequeña celda insalubre podía estar cubierto económicamente por la propia familia de la emparedada, por algún donante o por el patrimonio propio de la persona emparedada. Incluso hay casos curiosos de Ayuntamientos que mantenían y alimentaban a estas emparedadas porque pensaban que ofrecían cierta protección al pueblo. Este es el caso de Olite, en Navarra, donde la celda de la emparedada al parecer era propiedad de la Iglesia, pero el Ayuntamiento pagaba el mantenimiento de la reclusa para que sus oraciones protegiera a los habitantes y a los peregrinos.  En esos casos, la emparedada de turno se convertía en la protectora oficial de la ciudad. Era como una mujer talismán.

¿Cuánto tiempo podías estar emparedada y dónde?

Las estancias en las celdas podían ser ocasionales, temporales o definitivas. Conocemos casos donde la reclusa decidía emparedarse durante largos periodos de tiempo hasta el final de sus días y morir allí dentro, con esas condiciones tan extremas. Los más largos son por ejemplo los de Santa Radegunda que a mediados del siglo XII, estuvo emparedada durante aproximadamente 10 años en Villamayor de Treviño, en Burgos; o el caso de Santa Oria a finales del siglo XI, que estuvo emparedada nada más y nada menos que 15 años en el monasterio de San Millán de Suso, en la Rioja. Es decir, algunas aguantaron bastante con condiciones tremendas.

Era algo bastante informal, no había una única forma de emparedarte. Había todo tipo de celdas: te podías emparedar en la pared de una iglesia, de un monasterio, de un cementerio, de hospitales, murallas, casas particulares, de todo etc.  Y obviamente, había lugares donde estaba más de moda que en otros. Uno de los lugares del mundo con más emparedadas fue Sevilla a mediados del siglo XVI, donde parece que llegaron a coexistir más de 28 emparedamientos a la vez, una por cada parroquia de la ciudad.

El ritual de acceso a la celda no está del todo claro. Se ha especulado mucho sobre el tema, pero lo cierto es que depende mucho del lugar. En algunos casos era muy común hacer una misa de “réquiem” y una ceremonia en la que se escenificaba la muerte oficial de la reclusa. Es decir, la emparedada, antes de entrar en la celda, asistía a su propio funeral. Suponía, desde el punto de vista simbólico, despedirte de la vida y pasar al mundo de los muertos. En otros casos el acto podía ser menos pomposo y se han detallado fórmulas de acceso en el que simplemente se organizaba una pequeña procesión, se vestía a la emparedada de negro, se le cortaba el pelo y la gente se despedía de ella.

Algunas interpretaciones

Detrás de este misticismo hay muchas formas de entender de lo que realmente supuso y significaba esta práctica para esas mujeres:

  • Libertad. En algunos casos, aunque no lo parezca, emparedarte suponía una via alternativa de vida. No vivirías con grandes lujos, pero al menos era una vida libre. Por muy raro que pueda parecer, era una manera distinta y valiente de escapar de situaciones peores. En algunos casos, las emparedadas eran mujeres viudas que preferían emparedarse a volver a casarse o de caer en la prostitución para poder sobrevivir. Emparedarte no era la opción más cómoda, pero si la que reportaba mejores beneficios para tu alma. Emparedarte te despojaba de todo, pero de alguna manera, alcanzabas la libertad y el contacto con Dios de una forma más libre que en el claustro de un convento donde estabas ligada a normas, horarios, liturgia, obligaciones y castigos. Las emparedadas, de una forma que nos cuesta entender, se hacían dueñas de su propio destino, era voluntario y sin control de nadie. (por muy duro que fuera), Hay un caso representativo expuesto en la cantiga numero 15 de Las Cantigas de Santa Maria de Alfonso X el sabio, donde se relata e ilustra el caso de emparedamiento de la emperatriz de Roma. Tras haber sufrido varios intentos de abuso sexual y asesinato por parte de su cuñado y condes de la corte, ya harta de todo decide entregar su vida a la virgen y emparedarse en una celda.
  • Empoderamiento. Unido a esto está el concepto de Empoderamiento y visibilización de la mujer: Mediante el ventanuco que a veces conectaba con el exterior se ha querido ver un medio por el que la mujer emparedada se empezó a convertir en un elemento valioso de la sociedad. No solo podía servir como amuleto o talismán en algunos casos para la ciudad o pueblo donde vivía, si no que tenía cierta autoridad religiosa y moral sobre el resto de la población. A estas señoras se acercaban las personas a pedir consejo, a escuchar sus vaticinios e incluso a rezarles. Era como contar con un santo vivo al lado de tu casa, porque esto no era algo rural. Esto es algo ligado al mundo urbano a partir del siglo XIII. Son, al fin y al cabo, casos de Idolatría popular que la Iglesia no controla. Es una mujer que se sacrifica por el pueblo con penuria, con hambre, con frio y problemas de salud y que en el fondo lo que hace es interceder por ellos ante Dios.

¿Hasta cuándo duró esta práctica?

Estamos hablando de un movimiento similar al eremitismo antiguo que se puso muy de moda a partir del siglo XIII, unido al crecimiento de las ciudades en Europa. Esta libertad y respeto social, amigos, no se podía permitir. A partir del siglo XVI, la iglesia empieza a controlar los emparedamientos e intenta que estas mujeres se orienten a la vida religiosa tradicional: los conventos y la clausura.

A mediados del siglo XVI en algunas regiones de España se empieza a controlar muy seriamente e incluso prohibir crear nuevos emparedamientos. Es el caso de Valencia, que en el sínodo de 1566 prohíbe la proliferación de más emparedamientos en la ciudad. Poco a poco van perdiendo la autonomía y la libertad y acaban sometidas a la vigilancia de la Iglesia.  Con el paso del tiempo esta práctica empezó a decaer y la gran mayoría de las celdas son destruidas.

En España solo queda una, y muy bien conservada, que es la celda o emparedamiento de Astorga, en la iglesia de Santa Marta. Es un habitáculo minúsculo comunicado con el interior de la iglesia y a su vez un pequeño ventanuco orientado hacia la calle de 70×45 cm. El recinto tiene 3,8 metros de largo x 1,3 de ancho en la parte más espaciosa. Al pasar los peregrinos por Astorga en el Camino de Santiago, la emparedada de turno cumplía una función fundamental de protección, consejo o consuelo para todo aquel viajero que fuera hacia Santiago. Para algunas gentes de aquella época, tenía que ser igual de valioso que ver al mis mismo apóstol Santiago. Estaban viendo a una santa en vida.

La devoción y la popularidad de las emparedadas llego a tal punto que incluso llegaron a imprimirse pequeños folletos que contenían la “oración de la emparedada”. Al parecer eran pequeños papeles muy baratos de imprimir que contaban la historia totalmente inventada de una emparedada romana a la que se le aparece Jesucristo y le dice que, si se recita la oración correctamente, obtendrá el perdón de Dios y librará 15 almas del purgatorio. Obviamente, este panfletillo con esta oración se publicaba al margen de la Iglesia. Ni estaban aprobados, ni redactados ni impresos por la jerarquía católica (una de las mayores imprentas en toda España estaba localizada en el convento de San Pedro Mártir, en Toledo) Muy pronto estas pequeñas octavillas con oraciones a la emparedada fueron incluidas en la lista de textos prohibidos de la Inquisición.

Los casos de Toledo:

El escenario toledano no es el más numeroso, sobre todo si lo comparamos con Valencia o Sevilla, pero uno de los casos concretos nos da información muy útil de las “comodidades” de ese emparedamiento”. Francisco de Pisa dice que en 1277, en la ciudad de Toledo había mujeres emparedadas en al menos 5 lugares distintos:  La Ermita de San Pedro de la Vega de San Martin, la Iglesia de San Salvador, la de Santo Tomé, la Ermita de la Cruz (actual Mezquita del Cristo de la Luz) y la Ermita de la Bastida. Pero con el paso del tiempo hubo más lugares, como el Hospital de la Misericordia.

Un caso concreto muy ilustrativo es el de María Suarez de Toledo (1437-1505), una de las hijas de los señores de Pinto. Estuvo casada con don Garcí Méndez de Sotomayor, señor de Carpio. Cuando murió su marido, decidió dedicar su vida a los pobres y enfermos en el Hospital de la Misericordia en Toledo. Fue la fundadora del convento de Santa Isabel, perteneciente a las terciarias. Al parecer obtuvo ayuda económica de los Reyes católicos para construir este convento (donde solemos contar su historia) No obstante María acabó sus días como clarisa y no como terciaria. Según las crónicas, María -o sor Maria la pobre como se le solía llamar- estuvo emparedada durante un año en una Iglesia de Toledo para luego dedicarse después a la vida conventual. Es decir, su encierro en una celda no fue definitivo. María planteó su encierro como una especia de “purga” y “purificación” de su vida previa como persona laica antes de dedicarse por completo a la Iglesia.

Existe una especie de biografía posterior del siglo XVII en la que Tomás Tamayo nos cuenta como fue esa reclusión voluntaria en el Hospital de la Misericordia:

“(…) para conseguir mejor este propósito y cumplir la palabra dada a Cristo en sus pobres para su habitación en el mismo hospital una celdica retirada, que podía ser más meditación de la sepultura, que habitación para vivir. Su adorno eran unas pajas por cama, una manta y almohada de pelos de cabra para que fuera abrigo (…) cubriendo su cuerpo un saco (…) recogido por la cintura y las muñecas con unas sogas, los pies descalzos (…) Todo era indicio de su interior menosprecio, contenta solo con cubrir sus miembros […] Esta era su habitación […]”(Tamayo de Vargas, 1626, p.26)

El caso de sor María la Pobre nos hace ver otra forma alternativa de emparedamientos. Al parecer María salía frecuentemente de su celda para poder cuidar enfermos y necesitados en dicho hospital. El resto del tiempo lo pasaba en reclusión:

“(…) llegada la noche y cumplidas las obligaciones de los enfermos retirábase a la sepultura en que vivía y citaba hasta despúes de Maitines en oración. Luego rendida, no vencida, a la necesidad del cuerpo daba escaso tributo al sueño (…) (Tamayo de Vargas, 1626, p.27)

 

Es un ejemplo del amplio abanico de encerramientos que se produjeron, ya que no todos eran definitivos y completos. Algunos, como el de María, servían para limpiar sus pecados durante un tiempo determinado de tiempo con condiciones extremas.

Por suerte, al llegar la Ilustración en el siglo XVIII, la idea de emparedarte y sufrir por sufrir ya no estaba tan bien visto como antes. Si bien es cierto que la Iglesia intentó controlar esta idolatría  desde el siglo XVI, aún habría casos de mujeres «libres» que buscarían a Dios de la forma más autónoma y valiente posible durante unos años más. Esperemos que no vuelva a ponerse de moda.

Fuentes:

  1. Alfonso X el Sabio, Cantigas de Santa María, Toledo, s.XIII . Véase: https://rbdigital.realbiblioteca.es/s/rbme/item/11337#?c=&m=&s=&cv=&xywh=-3673%2C-313%2C11089%2C6240
  2. J.M. Carrasco, “Portugal en la biblioteca de Barcarrota, la oración de la empraredada.” En Anuario de Estudios Filológicos, vol XXVIII.
  3. G. Cavero Domínguez, Inclusa intra parietes. La reclusión voluntaria en la España Medieval, 2010
  4. G. Cavero Domínguez : “Obispos y sínodos hispanos ante el emparedamiento bajomedieval” en Ciudad e Iglesia en el noroeste hispánico (ss. VII-XIII). Subproyecto León, MCI. HART2008-06430-D02-02/HIST, 2008-2011.
  5. J. García Oro, La Iglesia de Toledo en tiempo del cardenal Cisneros (1495-1517), Toledo, 1992
  6. F. de Pisa, Apuntamientos para la segunda parte de la historia de Toledo, ed. José Gómez-Menor Fuentes, Toledo, 1976.
  7. T.Tamayo de Vargas, Vida de doña Maria de Toledo señora de Pinto, i despues Sor Maria la Pobre, fundadora i primera Abbadessa del monasterio de Sancta Isabel de los Reies de Toledo, Toledo, 1626. Véase: https://play.google.com/books/reader?id=elV3qSe9rOQC&pg=GBS.PP1&hl=es

 



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